El periodismo es una herramienta, un instrumento que transforma diez piezas sueltas en un vehículo que se mueve y lleva el mensaje. Es a veces la linterna que ilumina el mundo cuando la guerra hace que todo parezca confuso y las verdades quedan opacadas tras la mano de los operadores políticos. El periodismo es una de las profesiones más necesarias y útiles para la sociedad, porque desentraña verdades en un bosque plagado de mentiras y confusiones, de malentendidos y valores culturales que contradicen la realidad desde el poder.
Nuestra profesión es también una vocación que se transforma conforme las sociedades cambian, evolucionan o quedan atrapadas en el tiempo bajo el peso de la demagogia, la tiranía, la negación o la conveniente y rutinaria estrategia de las democracias que cosechan nuestras vidas privadas para hacer de ellas un objeto mercantil.
La diferencia entre hacer periodismo profesional y simplemente comunicar radica en que el primero se encarga de que exista una estructura que contenga verdad, hechos comprobables y permita el seguimiento de las historias humanas. Comunicar es arrojar una piedra y darse la media vuelta sin asumir responsabilidad alguna sobre cómo, para qué y quién puede utilizarla a su antojo, incluso contra la persona que más ha sufrido en el camino de transmitir esa información.
Para ejercer un periodismo útil, ese en el que las personas creen y confían, precisamos estudiar toda la vida, leer, escuchar lo doble de lo que hablamos, leer lo triple de lo que escribimos. Aprender de la teoría y la práctica, salir a las calles para aguzar el oído, aprender a escuchar desde los principios de la psicología, la antropología social y la criminología, entender de filosofía, historia y otras ciencias, confiar en el instinto y desarrollar el olfato periodístico que nos lleva a la verdad y nos ayuda a descubrir, cuando dudamos, que hemos de buscar tantas fuentes como sean necesarias para contrastar la información.